ESCRIBE: Jesús Mojo López
- ¡Tengo derechos! –.Repetía una y otra vez -. Ustedes que saben de derechos, han pasado 60 años de la declaración de los derechos humanos, y hasta ahora el hombre no siente aun que tiene derechos; en las calles los policías matan a golpes a los que se expresan en contra del gobierno, en la cárceles somos castigados como perros, los pobres no conocen o no saben nada de la modernidad, hay gentes todavía que no saben que tienen el derecho a hablar, gritar y reclamar, a lo mucho saben que tienen el derecho a nacer y morir en la miseria, saben que tiene el derecho a no hablar, a lo mucho saben que tienen el derecho a fornicar miserablemente. Es triste esta vida. ¿Acaso seguimos los seres humanos siendo animales?
Todos estaban absortos, aquel hombre estaba sentenciado a pasar varios años en la cárcel solo por que tuvo el derecho de golpear a un policía que le tiraba una bomba lacrimógena. Era el momento decisivo, con sus palabras había conmovido a los doctores de la ley ¿Qué se podía hacer? La ley era la ley.
Cuando hubo acabado el juicio.
- Usted es condenado a no hablar en público, no tiene derecho a encabezar huelgas, perdió la libertad expresiva por los siguientes cinco años, no lo enviaremos a la cárcel porque nos queremos evitar problemas. Tenga cuidado, le estaremos vigilando.
- ¿Tengo el derecho a hablar con mis hijos?-.Replico angustiado.
- Por supuesto, pero no tiene el derecho a hablarles de política, le instalaremos algunas cámaras en su casa, si no cumple con lo que le decimos usted será detenido.
- ¿Tengo el derecho aun de hablarme a mi mismo?
- Haga lo que quiera, pero no influya en la gente. Usted es peligros entienda eso.
- Muy bien, hablare en plazas para mi mismo, que no se me diga que influyo en la gente, por que nadie quiera oír lo que me digo, violaran mi privacidad.
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