Escribe: Jesús Mojo López
Ya no piensa el tiempo recordar tu mirada,
ni piensa el pájaro despertarte son su canto madrugador;
era una mañana de invierno cuando miraba tu hermosura,
ya no puede el tiempo recordarte sonriente.
Los minerales que se descubrieron en nuestra tierra,
el pan fresco que llegaba cada mañana,
no pueden ser nuestros, tus fuerzas no bastan para limpiarla;
no recuerdo, ni el tiempo lo recuerda;
se confunden y se ocultan tus recuerdos detrás de ti.
La inclinada montaña que conducía a tu casa de nieve,
era la alegre música blanca que cantaba el viento;
los hombres que bajaban y subían,
los cóndores muertos y extintos que sobrevolaban el dominio,
los momentáneos pumas que vivieron devorando;
eran lo que vimos desde el tiempo sin nacimiento.
Ahora; sus elegantes vuelos no se ven,
ni sus saltos de roca en roca ya se ven;
todo ha sucedido, nuestros ojos juveniles ya no ven
la vida con sus seres que exaltaban la naturaleza.
Tus ojos, dulces ojos y, nuestros ojos están juntos,
juntos abrazándose como el manantial del tiempo;
no piensa nadie en vedarlos para siempre;
estamos por un momento, luego nos vamos;
un minuto, una hora, un segundo, luego un molesto adiós.
Las huellas que dejaste en la calle, aun se conservan,
frescas como las agronomías de la tierra de tus ojos;
tus huellas de zapatos están en todas las calles,
¿por donde no has caminado? Niña matutina,
Al verlas, siento tu perfume de campo sembrado;
de animales corriendo y alimentándose; siento tu frágil voz.
¡El tiempo ha pasado!
Y sigo sin poder verte, sin decirte una palabra;
y el tiempo pasa más de prisa, y su fuego me hiere,
sus humaredas tormentosas me asfixian, y sigo sin verte;
¡cuánto tiempo ha pasado!
llevaras la cuenta en tus dedos, cuenta amor, cuenta;
no puedo seguir dejando huellas sin ti en la calles,
por eso,
ven a borrar tus huellas en mí, y nos veremos amor.
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