Escribe:
Jesús Mojo López[1]
Estamos cansados de ser siempre el
trastero olvidado del Perú, de ser esa otra comarca quechua-aymara que dista de
los proyectos nacionales, y cansados además de ser recordados solo en tiempos
electorales y, que de tiempo en tiempo nos vendan ilusiones de megaproyectos
que desvanecen con el tiempo de la memoria colectiva. A pesar de todo ello y
haber dicho una y otra vez ¡Basta!, siempre terminamos olvidando nuestro compromiso
de ser firmes esta vez y volvemos a ser colectivamente insomnes y amnésicos.
Y por más que llevamos en los hombros
un pasado glorioso, terminamos olvidando de quienes somos realmente y
terminamos envueltos en esa agridulce realidad que nos ofrecen los que mandan
en la patria. Aceptando lo que viene, pudiendo responder y rechazar con energía
las migajas que nos tiran a la cara, contentándonos con programas sociales que
nos recuerdan lo miserables que vivimos.
No es casual que hayamos sido
excluidos del tramo del gasoducto; y no es casual que el centralismo ahora nos
venda consuelos pasajeros que nos haga olvidar esa amarga frustración. Dicen
que vivimos en una geografía fatal para la industria y que nuestra condición
agreste no atrae los mercados ni la inversión, y que además tenemos la
maldición de tener un clima versátil y que en la agroindustria no asegura nada.
Además para el centralismo limeño arraigado, tenemos el estereotipo de que
seriamos improductivos si la gran industria se instalara aquí.
Es cierto, vivimos en medio del
contrabando, ahora el narcotráfico que se instala sutilmente; pero no es
casual, todo ello proviene de la incapacidad del Estado de poder insertar a la
gente en el ámbito formal. La burocracia es fatal para la gente humilde, y es
fatal también para el Estado. El contrabando y el narcotráfico es una forma de
rebeldía con el Estado, porque le muestra que es incapaz de controlar y ofrecer
a sus ciudadanos una condición de vida digna.
Por eso no es casual que Puno sea el
último rincón donde el Estado asoma su mirada. Puno representa una mínima cifra
en el PBI, y a pesar de ser un territorio minero y con minas formales, no
representa gran cosa en el aporte del canon minero. Por eso los dueños del gas
en este país se preguntan ¿Qué haría Puno con el gas y a gran escala? Piensan
que nada, porque es una región que vive del intercambio comercial y sin gran
industria que resalte. El gas no es para las casas de la gente sino para la
gran industria, dicen los dueños del gas en defensa de sus intereses
económicos. Por eso estamos jodidos en
Puno, somos una ínsula olvidada en el
pensamiento de los poderes facticos.
Excluidos del proyecto de teleféricos
del Perú, siendo una región eminentemente turística, excluidos del gasoducto,
excluidos de la industria y la inversión.
Es cosa normal ser excluidos en este
país de unos cuantos, y se está volviendo también normal ser rebelde en un país
excluyente, porque la exclusión es una ceguera del Estado. Es difícil no rabiar
cuando se ve un pueblo impotente; y más rabieta causa ver que ese mismo pueblo
es incapaz de organizarse y lanzar un mismo grito estridente al Gobierno.
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