EL HIJO DEL VIENTO: Una milagrosa descripción de lo cotidiano en los Andes

NO HACE MUCHO, un súbito fenómeno embrolló las calles de la ciudad, y es que el hijo del viento estaba siendo estrenado; una película que nos mantiene con la mirada fija en la pantalla, siguiendo cada segundo, cada minuto de su suceso, y es que Flaviano Quispe parece espontáneamente haber recurrido a ese mundo interior que es la vida en los andes de nuestra patria, esa vida relegada y que solo es recordada de cuando en cuando por el silbido del viento al llegar la noche, una película que atrapa desde un primer momento por el carisma que despierta el personaje femenino, por los sencillos paisajes que aparecen en un segundo plano; los actores de el hijo del viento parecen súbitamente no ser personajes de película sino vivir esa vida ordinaria que es la miseria, la podredumbre humana, el dolor, las decisiones espontáneas, las lágrimas y la humillación; Alicia nos lleva con su mirada inocente y su sonrisa tímida a ese submundo de las miles de mujeres andinas olvidadas, humilladas y abandonadas por algún ser humano que por soberbia o languidez trasciende su responsabilidad para hacer de su vida una vida acaba -que es lo que aparece tenuemente en la película- . El hijo del viento, es sobretodo, esa soberbia descripción de lo inimaginable, de la realidad encarnada, de las precarias condiciones a las que puede descender la condición humana allá en esos paisajes andinos, que nos parecen súbitamente deshumanizados, pero que en el fondo de ella hay una interminable expresión de belleza, carisma y sobre todo un enorme amor por la naturaleza y la vida.
La película nos cuenta la historia de Alicia, una sencilla vendedora de chicha que inicialmente es parloteado por un policía, que sin saberlo, recurre a ese momentáneo y alígero amor que inspira la belleza femenina; ella rápidamente con su timidez, con la gracia de sus expresiones, da esa confianza al espectador, haciendo de ella un personaje muy por debajo del espectador, ungiendo esa confianza y a la vez maquillándolo para hacerle creer y sentir al espectador que él es mucho mas que ella. En cambio, Gustavo -el personaje masculino- no parece ceder esa confianza que el espectador cree ser acreedor, e insiste a cada momento ser siempre superior a todos; pero asomándonos con sutil delicadeza sobre la película, vemos intempestivamente que Gustavo parece ser condenado a eso que llamamos el malo de la película, pero que sin embargo él insiste en pertenecer a ese lado brioso y halagado de la película.
Alicia se expresa en un lenguaje sencillo, y nos parece no haber logrado todavía la barrera del lenguaje bien hablado, y es que ella en su afán de ser fiel a la realidad, trasmuta y se desintegra en su personalidad para convencerse de que el universo andino es el universo del idioma español mal hablado, a nosotros los espectadores nos parece que, ese personaje femenino que encarna Alicia parece súbitamente haber perdido su cultura y olvidado su pasado quechua y, trata vana e interminablemente de ser lo que no es y no puede ser.
Cuando Gustavo -el policía- se ofrece a llevarla en su moto, -por que tiene una encomienda que llevar justamente al lugar de procedencia de ella- recurrimos fielmente a eso de los seres humanos que llamamos ofrecimiento por algún interés personal; y eso es lo que sucede en la película; él improvisa una falla mecánica de la moto, se detiene, en su afán personal alejarla de la carretera, y sin pensarlo propasarla sin remordimientos, y descender a la barbarie, a la más mínima expresión humana, que es la violación.
¿Te has dado cuenta el daño que me has hecho? -expresa amargamente Alicia-. Sí lo sé, perdóname; responde Gustavo, aceptando humanamente el error en la que incurrió, pero ese perdón nunca llegará a ser del todo una realidad; sí el daño está consumado nada se puede contra ella; esa escena deslumbrante y animalezca, ofrece un panorama desolador de lo que es el peligro en los andes, en donde algunos Gustavos buscan como aves de rapiña a sus presas inocentes, que por entre peligrosos peñascos o inmensas pampas transitan olvidadas por el destino, donde la cordera se encuentra al acecho absoluto y a la intemperie indecible. Cuando Gustavo toma un billete y la ofrece en pos de buscar un concilio, recurre a ese mundo azaroso que es la de la injuria, la humillación, la maldad y la corrupción; Alicia en un primer momento tímidamente toma el billete, pero en seguida se arrepiente y lanza a la palestra, y recupera esa dignidad de mujer, esa actitud de valentía que representa a las miles de mujeres, esa incorruptibilidad a la que siempre a obedecido la mujer andina; al final de la escena, Alicia representa esa bajeza a la que incurrimos los seres humanos, aunque sea temerosamente, en la que siempre somos llevados por el mercantilismo, por tener siempre lo mejor y olvidar por un momento de lo que representa el valor humano dentro de nuestras vidas.
En el rodaje, la modernidad no parece haber llegado todavía a esos parajes olvidados, ya que cuando Gustavo la ofrece como regalo un pequeño reproductor de música, ella observa extrañada aquel objeto que parece súbitamente hacerla olvidar la cólera y el rencor; la pésima condición humana allá en ese universo rodeado de montañas que a una primera mirada parecen no tener alguna forma de vida, la vida siempre ha sido una melancolía, una sempiterna lucha por vivir mucho mas de lo que se vive, trascender esta realidad para vivir esa vida que encarnan las vidas novelescas, alimentarse de la ficción para satisfacer esa otra vida que no vivimos, la modernidad parece asomarse a esa otra realidad que no nos es otorgada a los seres humanos. En otra escena de la película vemos que Alicia, esa mujer que inesperadamente cambia de estado anímico, para hacerle saber a Gustavo que está embarazada, esa confirmación no agrada en demasía, y él en ese afán conspirativo propone el aborto; y con este hecho deja notar una vez mas la degradación humana, y no solo se representa a si mismo, sino que mediante él desmantela esa única reacción que pueden tener los jóvenes ante una inesperada confidencia de embarazo; al final la vida se antepone sobre la reacción autoritaria, llega José, un niño que sin saberlo es expuesto a ese abandono paterno, la madre silencia ese hecho argumentando que su padre esta muerto.
¿Cuántos niños como José, existen sobre nuestro planeta? No lo sabemos, pero de lo que si estamos enterados es de esa realidad cotidiana, no solo sucede en los andes, sino esta ahí latiendo como un corazón, en cada pueblo, en cada cultura, cada ciudad tiene sus niños sin padre; esos niños a la que recurrimos mediante José es a la que a veces humillamos y maltratamos -mendigos, triciclistas, cobradores, heladeros; todos niños-, y lanzamos nuestra palabras que rebajan su personalidad y su autoestima ¿tiene la persona humana conciencia que cuando se le sojuzga y rebaja a un niño, él acumula su cólera y un día la desfoga con toda sus fuerzas, para ser lo que no pudo ser?
La madre abandonada (Alicia) busca una especie de amor -porque nunca la tuvo-, en Teofilo, ese amigo que lentamente se va convirtiendo en el conviviente; pero el traspié es José, por que él no acepta esa autoridad a la que será sometida, una autoridad que no es paterna, pero que vilmente disimula serlo; José personifica a esos miles de niños que viven desde siempre con la madre, y cuando alguien del sexo opuesto llega, siente celos, y no soporta ese acercamiento, aunque fuera por un momento; por la pequeña ideología de José transcurre a eso que llamamos apego, apego que convierte peligrosamente en una especie de consolidación de vidas; cuando un niño como José vive desde siempre con su madre y es ella la que siempre acompaña en su diaria existencia, es ahí cuando él la siente al mismo tiempo todas las cosas que pueda ser un mujer -madre, enamorada, abuela, padre, amiga, y muchas otras cosas mas-.
Cuando Alicia levanta la voz entre llantos o ruegos, parece no ser ese personaje de película, sino ser la misma madre de cada espectador; porque sus palabras resuenan en la conciencia de cada persona; esa voz que a primera oída perece no transmitir un mensaje, esta en el fondo llena de sabias reflexiones.
El hijo del viento es un eco de la vida andina; refleja sus peripecias, sus bajezas, sus costumbres, su lenguaje incierto, su vida en plenitud, y sobre todo esa otra realidad que perece inventada, obtenida de un libro de bellas leyendas o sobrecogedoras historias.
Escribe: Jesus Mojo Lopez

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