Estuvo a punto se sollozar, cuando de pronto ella se volvió a la puerta, y noto que desde allí alguien la observaba; se cubrió el rostro con la palma de sus manos, pensando en un mal designio de la tarde, o quizá una sombra imaginaria y halada.
¿Quién iba a saberlo?
Pero.
Después de muchos años siempre habría de recordar aquella tétrica tarde y, aquella fortuita superstición; nunca llego a entenderlo, de cuando en cuando se recordaba tomándose el rostro y pensando en la amargura que la invadía.
Esa noche, después de la cena, se asomo al balcón que daba a la calle, estaba sola, observando la claridad de la luna, su lactescente redondez.
Minutos después siguió apoyada al sencillo madero; el viento le rozaba la cara, la noche le entregaba la tranquilidad que esperaba siempre; todo era invariable, luces de faroles a lo lejos, estrellas tiritando en el espacio, motores roncos transitando en la calle, árboles susurrando al ras del rose leve del viento.
Cuando súbitamente le sobrevino un estremecimiento, y se sobresalto al ver el perfil de su padre - que había muerto ya hace mucho tiempo- junto al árbol.
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